Usted puede escandalizarse por un desertor de las tropas nacionales ser promovido a general post mortem1 mientras que en el régimen que él deseaba implantar en su país el fusilamiento sumario es el destino, no sólo de los desertores, pero de meros civiles que intenten abandonar el territorio. Usted cree que denunciando esa monstruosa contradicción le pegó un golpe mortal a las convicciones del revolucionario. Pero, por dentro, él sabe que la contradicción, cuanto menos explicada y más escandalosa, más sirve para habituar el público a la creencia implícita de que los revolucionarios no pueden ser juzgados por la moral común. La derrota en el campo de los argumentos lógicos es una victoria sicológica incomparablemente más valiosa. Sirve para poner la causa revolucionaria por encima del alcance de la lógica.
Usted no puede derrotar el revolucionario mediante simples “argumentos”. A ellos hay que acrecentar el desenmascaramiento sicológico integral de una táctica que no visa a vencer debates, pero a usar como un instrumento de poder inclusive la propia inferioridad de argumentos. De cada situación del debate hay que trascender la esfera del enfrentamiento lógico y desnudar el esquema de acción en que el revolucionario inserta el cambio de argumentos y cuál el provecho psicológico y político que pretende sacar de ella para más allá de su resultado aparente.
Pero eso quiere decir que el único debate eficiente con izquierdistas es aquel que no consiente en quedarse preso a las reglas formales de un enfrentamiento de argumentos, sino profundizarse en un desenmascaramiento sicológico completo y despiadado. Probar que un izquierdista está errado no significa nada. Usted tiene que demostrar como él es malo, perverso, falso, deliberado y maquiavélico por tras de sus apariencias de debatiente sincero, cortes y civilizado. Haga eso y usted hará esa gente llorar de desesperación, porque en el fondo ella se conoce y sabe que no sirve. No le dé el consuelo de un camuflaje civilizado tejido con la piel del adversario ingenuo.
1 NT. El autor se refiere al comunista y terrorista capitán Carlos Lamarca, desertor y traidor del Ejército brasileño, promovido “post mortem” al puesto de general en el gobierno izquierdista de Luis Inácio Lula da Silva.
Traducción: Victor Madera
Olavo de Carvalho
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